Son numerosos los estudios que evidencian los beneficios de la lectura en la formación de los estudiantes universitarios. En líneas generales, está demostrado que los estudiantes que se declaran lectores tienen una mejor inserción en la actividad académica (Moyano, 2004), con mayor intervención en las sesiones de discusión desarrolladas en las clases (Lei et al., 2010), en las que realizan intervenciones más estimulantes (Ruscio, 2001). También se ha comprobado que están más motivados en las clases y que planifican mejor las actividades de aprendizaje (Hoeft, 2012). Por el contrario, los estudiantes universitarios no lectores se muestran como receptores pasivos de contenidos, con poca participación en las discusiones de clase, actitud menos activa en el aula y poca disposición hacia la investigación, presentando también, en general, un menor rendimiento (Torres-de-Márquez, 2003).
El hábito lector es, por tanto, uno de los factores que en mayor medida facilita la obtención de mejores calificaciones también en la Educación Superior. Se comprueba que la lectura voluntaria y recreativa es la que presenta una correlación directa con el desarrollo de hábitos de lectura estables y con un mayor rendimiento académico en el contexto universitario (Elche; Sánchez-García; Yubero, 2019; Fraguela-Vale; Pose-Porto; Varela-Garrote, 2016; Lee, 2014). No olvidemos que lo que define al lector habitual es dedicar parte de su tiempo libre a la lectura, teniendo esta práctica insertada en su estilo de vida y entre sus actividades de ocio. La lectura se convierte para él “en una opción personal voluntaria que no depende de la disponibilidad del tiempo libre” (Elche; Sánchez-García; Yubero, 2019, p. 229).
En conclusión, entre las potencialidades del alumno universitario podríamos incluir los hábitos lectores y la lectura recreativa como trampolín hacia una mejor comprensión de la lectura profesional y mejores resultados académicos.